jueves, 24 de febrero de 2011

Cómo escribir la primera novela V: El principio.

Bueno, el episodio V será en realidad el primero. Con tanta precuela cinematográfica dando vueltas no le veo problema. Además, para mayor claridad, voy a cambiar el título de estas entradas a “Como escribir la primera novela”; espero ese “primera” arroje un poco más de luz sobre el espíritu de estas entradas, que intentaré explicar ahora. Tarde pero seguro.

Fiel a mi manía de empezar las explicaciones de atrás para adelante, voy a los ejemplos. Hasta ahora he hablado del tiempo del escritor y de la importancia de una rutina de trabajo; y sin embargo hay autores consagrados que deben escribir parte de sus obras en cuartos de hotel, aviones y restaurantes. Me pregunto dónde quedará la rutina para ellos. También hablé de la repetición de nombres, y allí lo tenemos al señor García Márquez, que hace de la repetición de nombres un alarde casi obsceno en su magnífica Cien años de soledad —posiblemente una de las mejores novelas jamás escritas—.

Casi nada de lo que se dirá (y se ha dicho) en estas entradas tendrá sentido para analizar la obra de escritores que conocen el oficio. No podría de ninguna manera hablarles a ellos. La premisa fundamental es que, como autor, todos nos movemos en una curva de aprendizaje que es notablemente pronunciada durante los primeros años —sí, años—. Y como a nadie se le ocurriría intentar cruzar el canal de la mancha a nado sin antes recorrer unos largos en la piscina, es que conviene tomar algunas precauciones a la hora de empezar. Y no se trata necesariamente de la longitud de tus escritos (aunque también es bueno empezar con textos breves), sino de los riesgos que corres. Los bodrios literarios, no sé bien por qué, son peores que el resto de los bodrios artísticos; no hay movimiento artístico que se apiade de un texto horrible, rebosante de adjetivos y frases pomposas y pretensiosas.

Ya lo dijo el gran King en su Mientras escribo: todo lo que toca hablar ahora será dentro de las cuatro paredes de tu estudio. No existen otros autores —menos esos que venden millonadas de libros—, ni los agentes literarios, ni la prensa, ni los lectores (aunque uno o dos dejaremos entrar en su momento). Estamos sólo tú y yo. Compartimos el gusto por escribir y el deseo de hacerlo decentemente. Nada más.

Ya llegará el momento de abrir la puerta. Por ahora seguirá cerrada.
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miércoles, 16 de febrero de 2011

Cómo escribir la primera novela IV: La simplicidad ante todo

Hoy quiero hablar de cómo en literatura una imagen puede no valer más que mil palabras, y para eso había seleccionado una frase—nada menos que la primera— de una novela publicada, que ejemplificaba maravillosamente cómo una frase adornada como un árbol de navidad puede hacernos doler la vista. Porque un ejemplo sí vale más que mil palabras. Pero después de transcribir la dichosa frase pensé en su autor, al que no conozco pero que al igual que yo apenas ha publicado su primer libro, y no me pareció correcto, ni siquiera modificándola ligeramente para que una búsqueda en Google no lo pusiera en evidencia.

El ejemplo venía al dedillo, porque la atroz descripción de una noche oscura (de eso trataba) se podía reemplazar perfectamente y de manera mucho más efectiva por un contundente: “Era de noche”. La simplicidad es un fantasma temido cuando empezamos a escribir, porque creemos que pondrá en evidencia nuestras limitaciones como escritores. Pero escribir simple es como decirle a una chica “Te amo”, sin vueltas. Las inseguridades nos conducen a escudarnos en adjetivos rimbombantes, en explicaciones soporíferas y a complicar lo simple. (Esto vale para el escritor novel y para el enamorado).

Escribir simple, con frases cortas y contundentes, es posiblemente el mejor consejo que un novel puede seguir. El lector apreciará un puñado reducido de adjetivos y adverbios bien utilizados, antes que nadar en un mar de ellos y ahogarse. A medida que evolucionemos podremos ir animándonos a abrir el grifo del embellecimiento léxico. Hace un tiempo escribí en una de mis novelas (siguiendo con la temática nocturna): “La noche me aprisionaba en su puño esponjoso”. No será la frase del año, pero yo quedé conforme con lo que quería expresar. Pero hubiera quedado bastante satisfecho con un “Era una noche cerrada” si no hubiera encontrado algo mejor. Simple.

No es mala idea que escribas en un post-it la palabra SIMPLE y lo pegues en tu monitor, para no perderlo de vista cuando escribas.

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jueves, 10 de febrero de 2011

Cómo escribir la primera novela III: La repetición de nombres, de nombres, de nombres…

Cuando se escribe en tercera persona es posible incurrir en la repetición excesiva de algunos personajes, algo que para el lector suele ser particularmente molesto y que delata nuestra inexperiencia como narradores. Una vez compartí con mi amiga y colega Montse de Paz una formula muy simple para detectar este flagelo. Lo que hice fue más o menos lo siguiente: Elegí unas cuantas novelas del mismo autor y conté (el Word lo hizo) la cantidad de veces que aparecía cada protagonista, y la comparé con la cantidad de palabras totales. Me sorprendí al ver que había patrones bastante constantes, y que comparado con algunas novelas (comerciales) en donde había detectado el problema de repetición, en estas últimas el número de incidencia era mucho mayor. No voy a mencionar estos valores aquí porque eran propios de un autor específico, pero tú puedes intentarlo si quieres. La realidad es que la repetición de nombres va más allá de un simple número global —no es lo mismo repetir un nombre cinco veces en la misma página que en el mismo párrafo—, pero en situaciones graves estos análisis globales pueden ser útiles.

Sea cual sea la manera que elijas para detectar este problema, que es más común (y más escurridizo) en los primeros escritos de lo que uno pensaría, no lo subestimes, y siempre es bueno podar un poco el árbol de la repetición. Cuando escribes intenta “economizar” nombres de personajes, como si tuvieras que pagar un canon cada vez que los utilizas. Evita los comentarios innecesarios sobre ellos, procura “agrupar” descripciones que correspondan al mismo personaje en vez de saltar constantemente de uno a otro, aprovecha expresiones del tipo “ambos”, “todos”, pronombres personales, etc.

Y una cosa más: Si tu historia lo permite (casi siempre lo permite, sólo hay que pensar un poco), escribir en primera persona ayuda muchísimo a eludir este problema y muchos otros. Es cierto que la primera persona limita la perspectiva del narrador, pero también es cierto que eso es bueno si no dominas bien los super-poderes del narrador omnisciente (un verdadero boomerang que puede pegarte en la nuca); además, la primera persona casi elimina el problema de repetición de nombres (gracias a las bondades del sujeto tácito en nuestra lengua y el buen uso de pronombres) y tantos otros de los que seguramente me ocuparé después.

En resumen: Si estás empezando en este oficio y tienes que luchar contra todos los monstruos a la vez (entre ellos el Godzilla de las batallas literarias que es el desafío de escribir tu primera novela), aprovecha a la primera persona. Tu prosa será mejor. Si tienes dudas, has la prueba con unas páginas y compara.

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lunes, 7 de febrero de 2011

Cómo escribir la primera novela II: Cantidad de palabras

Dejar de hablar de páginas o folios es saludable, ahora que los ordenadores cuentan las palabras en forma automática y constante. En el WORD es posible activar la opción para que en la esquina inferior izquierda (donde figura el número de página) también aparezca la cantidad de palabras. Una novela media tiene entre 90 mil y 150 mil palabras; es buena idea echarle un vistazo a las novelas de los autores que tenemos como referencia y —Word mediante— examinar la cantidad de palabras.

Lejos de convertirnos en maniáticos contadores de palabras, la importancia de aprender a medir un texto en palabras tiene que ver con el RITMO, ese enemigo silencioso que liquida nuestras historias cuando no es bien manejado. Las experiencia debería permitirnos estimar a priori la cantidad de palabras de un capítulo, un dialogo o determinado pasaje, para que la tensión y el interés del lector no se pierdan.

Recomiendo llevar un archivo de Excel que sirva de control diario del número de palabras escritas. Se trata de un archivo muy simple en el que se vuelca el número total de palabras y por diferencia con el día anterior se calcula la producción actual. En este archivo suelo incluir una columna con el objetivo día por día en base a una producción diaria de mil palabras durante los siete días de la semana. La realidad me demuestra que hay días que escribo dos mil, y a veces hasta tres mil, pero otros no escribo nada. El promedio diario de mil palabras ha demostrado ser eficaz para mí. Cada cual deberá conocer el suyo.

Mil palabras diarias, para una novela de 150 mil, equivalen a cinco meses de trabajo ininterrumpidos; y esto sin considerar correcciones. Pero ya llegará el momento de hablar de cómo revisar.

En resumen: Familiarizarse con el uso de “palabras” como unidad de medida. Elegir un PLAN OBJETIVO, que para los que empiezan y deben compatibilizar la escritura con otras actividades puede ser de cinco días a la semana y 800 palabras por día, e intentar cumplirlo a toda costa. Yo prefiero avanzar en un día malo (aunque sé que más tarde deberé regresar a corregir) y no quedarme estancado. Y por último, llevar un control de productividad en una hoja de cálculo ayuda muchísimo.

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jueves, 3 de febrero de 2011

Cómo escribir la primera novela I: Cuestión de tiempo.

Escribir una novela puede asemejarse a ver una persecución de coches (de esas que abundan en las películas —piense el lector en alguna de Jason Bourne o en la que prefiera—), pero en cámara lenta, como la exasperante caída de la furgoneta en Inception, cada cuadro casi idéntico al anterior. El protagonista ya no tendrá la concentración de un piloto de Fórmula 1 sino que se la pasará haciendo muecas ridículas, casi siempre con los ojos entrecerrados; los coches se moverán a velocidades exasperantes; las colisiones no parecerán tales; no habrá sonido; no habrá magia. Una excitante persecución se habrá convertido en algo tortuoso.

Manejar la diferencia de tiempos entre lector y escritor es fundamental. Porque todos antes de escritores hemos sido lectores, por lo que es probable que el manejo equivocado de tiempos nos traicione, nos haga apresurarnos, avanzar demasiado rápido en el tratamiento de la trama o el desarrollo de algún personaje. Escribir se parece al trabajo de un animador clásico, concibiendo cada cuadro para que el resultado final tenga una fluida sensación de movimiento. El escritor y el lector viven en mundos paralelos, donde el tiempo fluye de manera diferente. Cuando disfrutas de una novela en tu sillón favorito, como lector piensas cosas del tipo: “En breve descubriré qué hará Amelia con su marido infiel, al que acaba de descuartizar y guardar en bolsas de basura negras.”. El placer del escritor, me temo, no se le parece en nada (y tienes que enfrentar la posibilidad de que no te guste en lo más mínimo), porque cada día despiertas y piensas cosas del tipo: “hoy me ocuparé de que la carrocería de ese coche que he dejado suspendida en el aire rote 15 grados”.